lunes, 12 de septiembre de 2011

Sin colores políticos.


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Andrés Allamand: "No puedo confundir mis emociones privadas con el rol de ministro"

A mediados de semana, pasada la medianoche, cuando habían concluido en la isla las tareas de la jornada y la comunicación era menos incierta, Héctor Soto sostuvo una larga conversación con el ministro de Defensa. A partir de este contacto, el equipo de Reportajes editó el siguiente testimonio.


No sé a qué hora exacta me enteré del accidente de Juan Fernández. El general (Jorge) Rojas debe haberme llamado una media hora después de ocurrido. Sí sé que todavía estaba en mi oficina en el Ministerio de Defensa. Los viernes suelo quedarme hasta tarde, porque me gusta ordenar la agenda de la próxima semana. Ya casi todo el mundo se había ido. El general Rojas me habló de un incidente grave (creo que usó la expresión detreffa, que es el código utilizado en la Fach para referirse a estas emergencias) en Juan Fernández. El comandante en jefe me dice que al parecer el vuelo trasladaba a un equipo de TVN. De inmediato llamé al Presidente y lo puse al tanto. Lo mismo hice comunicándome después con Leonidas Montes, presidente de TVN. No hice más que cortar con él y el general Rojas me confirmó que en el avión viajaba gente de TVN, un equipo del programa Buenos días a todos encabezado por Felipe Camiroaga. Me hago cargo de inmediato de la connotación que eso tiene para millones de chilenos y decidí partir a La Moneda, no sin antes volver a comunicarme con el general Rojas para que me mandara con urgencia la lista de los pasajeros, para dársela a conocer el Presidente y hacer con él un reconocimiento general de la situación, antes de que la noticia reventara por los medios. Mi interés era que la Fuerza Aérea se adelantara y entregara una información oficial.
Miro hacia atrás y no tengo mucha conciencia de esos minutos. En todo accidente uno tarda en colocarse en el peor escenario. La noticia me afligió desde el primer minuto, pero entre tanta llamada no sé si la supe calibrar en toda su gravedad. Ese proceso lo inicié más bien minutos después, en el auto, ya en camino a La Moneda. Fue allí donde comencé a sentir el pulso de la fatalidad. Es una sensación que conozco y que en mi caso me remite al momento del accidente de mi hijo Juan Andrés, cuando todavía era muy chico (tercer hijo del ministro, que a la edad de dos años, en marzo de 1990, sufrió un accidente cerebral tras caer a una piscina; el chico murió en noviembre del año 2003). Estas experiencias marcan para siempre. Yo diría que es una línea paralela que se reactiva cada vez que enfrento una desgracia, una situación crítica. Esas imágenes no sólo me llenaron de ansiedad. También me llenaron la cabeza de presentimientos sombríos. No me costó nada representarme que quizás los hechos iban a evolucionar en la peor de las direcciones. Y no sé por qué diablos en circunstancias así me baja una serenidad, una suerte frialdad analítica, que en momentos normales creo no tener.
Iba en ese estado de intranquilidad cuando me doy cuenta de que la Marcela me estaba llamando. Andrés -me dice- me acaba de llamar Bernardo Matte para decirme que hubo un accidente aéreo en Juan Fernández y que mi hermano Felipe iba arriba del avión. Yo no tenía idea. Fue un golpe feroz este antecedente. Quise mucho a Felipe. Sin embargo no era eso lo que importaba. Lo que quería era tranquilizar a Marcela, mi Flaca, como yo le digo. Lo que quería era sobreponerme a la noticia y decirle a ella que a lo mejor era una pura especulación, porque aún no teníamos la lista de los pasajeros que viajaban en la aeronave accidentada. Le corté a ella, la pobre, dejándola en compañía de sus peores temores. Bueno, no pasaron ni tres minutos antes de ver que entró a mi celular la nómina de los pasajeros. La llamo y le confirmo. Sí, Flaca, ahí también iba tu hermano. Me contestó que le iba a contar la noticia a su mamá y lo dijo en un tono que desde luego me quebró. La Marcela es fuerte; hija de su madre, le digo yo, que también tiene una fuerza interior que me impresiona. Estoicas y muy serenas las dos. Confieso que el lunes en la noche, cuando vi aquí en Juan Fernández imágenes del responso por las víctimas en la catedral y cuando las reconocí a las dos muy enteras en la ceremonia, me sobrecogí. Había sido un lunes agotador entre una cosa y otra. Y verlas ahí, las dos paradas, las dos enteras, las dos heridas en lo más profundo del alma, muy dignas, me golpeó.
Vuelvo al auto camino al encuentro con el Presidente. Bueno, cuando llegué al Palacio vi a la Sarita (la secretaria del Presidente), a la Mane, su hija, a la gente del entorno presidencial más directo, al ministro del Interior siguiendo la noticia, a todos en estado de alerta, muy nerviosos y consternados. El temor era que la tragedia fuera gigantesca. Mane -recuerdo que le dije-, esto viene mal. ¿Cómo dices eso -me dijo ella, casi reprendiéndome? No hay que perder las esperanzas -me recordó-. Claro, eso es lo que dicen los libretos del optimismo. Pero no era eso lo que yo estaba auscultando. Mane -le replico- lo digo porque eso es lo que siento en función de los datos que me han estado entregando. Esto viene mal.
Yo no soy particularmente expresivo con las emociones. Pero en circunstancias así esa inexpresividad se convierte simplemente en una suerte de bloqueo. En estos días lo he pasado muy, muy mal, créanmelo. Pero he estado también muy sereno. Más sereno de lo que yo mismo hubiera imaginado. Como si me pusiera una coraza metálica y helada. No es uno quien se prepara para estos acontecimientos. Es la vida la que de alguna manera te prepara para enfrentarlos sin perder el control, sin dejarse aplastar por las emociones, sin tirar la toalla y hundirnos en el dolor. Este fue un golpe que me destrozó interiormente y me mandó al piso. Pero tenía que levantarme y funcionar. Por los que iban en ese avión, por sus familiares, por la Marcela, por el país, por el gobierno, por la Fach.
Bueno, el Presidente no era en absoluto ajeno a la crispación que estábamos viviendo. Le conté a él y a Rodrigo Hinzpeter todo lo que sabía y -como es Piñera- me pidió detalles que ni yo ni nadie hasta ese momento tenía. Se preocupó mucho de Marcela cuando supo que Felipe Cubillos estaba entre los pasajeros. Estando en el gabinete presidencial me comuniqué con ella para decirle que se viniera. Llegó al poco rato y el Presidente fue muy acogedor y afectuoso. Tanto que dispuso que ella nos acompañara hasta el Grupo 10 de la Fach. Antes de eso, recibí un llamado de Cecilia Morel, muy abrumada y cariñosa ella, que venía llegando a su casa y enterándose de la situación. Chica -le dije, porque así le he dicho siempre- el cuadro no pinta bien. Inmediatamente después de despedirme de ella, y una vez comprobado que la Fach ya había divulgado su comunicado, tuve el primer contacto con la prensa. Hablé en ese momento de un "escenario adverso". Creo que decir cualquier otra cosa en ese momento habría sido una irresponsabilidad.
Cuando íbamos disparados en el vehículo presidencial, la Marcela adelante, nosotros dos atrás, ya era bien de noche, tipo 22.30 me imagino, reparé en otra cosa. Que con Sebastián Piñera no necesito sincronizarme mucho para entender lo que está queriendo. Nos conocemos por demasiado tiempo. Ministro -me dijo-, todo lo que sea necesario. Igual que con los mineros. Fue su frase. Estoy claro, Presidente -le respondí-. Nada más.
La observación del Presidente me recordó una conversación que los dos habíamos tenido, durante la gira que hizo a Europa después del rescate de los mineros. Había tenido la deferencia de invitarme, rompiendo, para qué lo voy a negar, semanas anteriores de distanciamiento y frialdad. Bueno, en esa conversación, el Presidente opinó que la tragedia de San José había tenido un buen desenlace gracias a dos factores: a que no había perdido la cabeza y a que operó con absoluta transparencia ante el país. Nada de ceder a la desesperación. Y nada de alimentar falsas expectativas. Decir las cosas tal cual. Decir que es imposible lo que es imposible, decir que es factible lo que se puede hacer. En esto, me había recalcado, no se puede blufear.
He tenido muy en cuenta esa observación en estos días. Sus palabras me han vuelto a la mente una y otra vez y las he compartido con la propia Fuerza Aérea desde el primer minuto. Aquí no cabe tener un discurso interno entre nosotros y otro externo para los medios. Aquí no caben desprolijidades. Si decimos que algo se va a hacer, bueno, tiene que hacerse. Si dijimos que íbamos a despegar a las 4 de la mañana del sábado pasado, teníamos que despegar a esa hora sí o sí. La situación envolvía retos de información, de credibilidad y de organización. Teníamos que funcionar como reloj. Era el prestigio y la confianza de los chilenos en las ramas de la Defensa lo que estaba en juego.
Voy más allá todavía. Si alguna lección que ha dejado este episodio es que hay que agregar información. Mi desafío ha sido ese: agregar sobre todo información local. Cuando llegué a la isla, como a las 8 de la mañana del sábado, luego de pasar por el aeropuerto de Torquemada en la V Región para cargar combustible, me encontré en la misma pista de aterrizaje con Felipe Paredes, el concejal que observó la trayectoria del avión caído. Fue el único testigo, entiendo. Conversando con él me di cuenta de que lo que tenía que hacer era compatibilizar todos los medios que íbamos a tener a nuestra disposición -tecnología de punta, cinco buques, aviones modernísimos, varios helicópteros, gran equipamiento, organización de las Fuerzas Armadas- con el intangible de la autoridad de la gente local, que es la que conoce los lugares.
Yo en Torquemada le había pedido unas frazadas a la gente de la Armada para el vuelo nocturno a Juan Fernández. Puse una de las mantas en el suelo del avión y con otra me tapé, de suerte que me vine durmiendo, pues sabía que acá me esperaban jornadas muy intensas. En el avión venía también el general Rojas, un ayudante suyo, otros oficiales de la Fach y el ayudante mío, que es el mayor de Ejército Sergio Tejos, un oficial de Infantería con quien me entiendo muy bien. Después llegaría Rodrigo Suárez, jefe de prensa del Ministerio, que me ha ayudado mucho en la parte comunicacional aquí.
Han sido días duros. Siento que tuve que colocar en un baúl hermético mis sentimientos. En un baúl sellado. He estado funcionando con ciertos niveles de desdoblamiento. No descarto que me derrumbe después que salga de aquí. Pero mientras esté aquí, mi prioridad es sacar adelante la pega, inspirar confianza y mostrar credibilidad, liderazgo y una resuelta capacidad de mando. Este es un trabajo donde tengo que poner de acuerdo la tecnología de los sonares y el conocimiento de los pescadores y donde no puedo confundir mis emociones privadas con las responsabilidades de ministro.
El mismo sábado, poco después de llegar, tomamos contacto con los comandos que había llevado el avión Hércules y que se dejaron caer en el mar. El general Rojas quería tener su propia gente en terreno y ellos nos recibieron en el aeródromo. En seguida nos embarcamos, entre medio de los lobos marinos, en un bote de pescadores. Nos dijeron que ya se habían encontrado los cuerpos de algunas víctimas. Los tenían en una barcaza, una barcaza modelo Arcángel, que es una embarcación rápida de la Armada, hacia la cual nos estábamos dirigiendo. Por supuesto que fue una experiencia fuerte verlos al subir a esa embarcación. Eran los cuerpos que esa misma tarde fueron remitidos al SML.
El resto de la mañana fue duro. Eran unos 10 los botes de pescadores que estaban colaborando con las tareas de rescate, todos los cuales, cada cierto rato, daban cuenta de distintos hallazgos. Cada evidencia, cada resto, traía la terrible y dolorosa confirmación de lo peor. No voy a olvidar esos momentos. Fueron terribles y me ayudaron a dimensionar el tamaño del descalabro. Esto había sido de una violencia macabra. Los pescadores, que han visto mucho, que saben de las inclemencias del clima y de la fuerza de las tormentas, estaban atónitos. Nadie hablaba y uno miraba a esa gente y la veía lagrimear. Lloraban, porque las escenas eran para llorar. Yo soy por familia de la escuela donde los hombres no podemos permitirnos eso. No podemos llorar, al menos en público. Puede ser una estupidez, pero me contuve.
En las labores de búsqueda, el día domingo por la tarde encontramos algo más, pero fueron piezas más pequeñas. El lunes no hubo grandes hallazgos. Pero el martes al atardecer sí. Algunos a dos kilómetros del aeródromo y otros a siete. Eso habla de la dispersión y de desintegración, que fue lo que dije.
Por lo mismo, creo que fue muy importante haber llegado hasta acá sólo horas después del accidente. Fue el mismo sábado cuando, por un asunto de convicción y para frenar una eventual escalada de las expectativas, declaré que no íbamos a encontrar sobrevivientes. Tal cual: duro, pero era la pura verdad. Para más de alguno quizás esta declaración no debí hacerla yo, pero consideré que mi deber era disipar esperanzas infundadas y ordenar la ola de percepciones, comentarios y reacciones equivocadas que ya estaban escalando en las redes sociales. Hubiera sido una irresponsabilidad esconder los restos que habíamos hallado. Ya se estaba organizando un campamento de periodistas en la isla. Estaban llegando más efectivos a la zona y la conversación local comenzaba a ser contaminada por la lógica de los rumores y por las versiones infundadas provenientes del continente.
No sé muy bien -y nadie quizás lo sabe- por qué esta tragedia alcanzó esta repercusión. A lo mejor vamos a hablar de un antes y de un después. Obviamente lo que distingue este accidente de otros es que significó la desaparición de figuras como Felipe Camiroaga y Felipe Cubillos, identificados cada uno en su propia esfera con causas muy nobles. Pero yo diría que el sello de esta tragedia tiene mucho que ver con el momento en que ocurrió. Creo que este accidente nos vino a recordar y a llamarnos la atención respecto del país en el que estábamos. El accidente se produjo luego de muchas semanas de encono, confrontación, pequeñeces y odiosidades. Y de pronto desaparecen 21 chilenos de los cuales tenemos evidencia de que son gente buena. No necesito destacar la compañía que Camiroaga entregó a millares de hogares a través de su programa. No necesito insistir en el altruismo que movía a Felipe Cubillos. No necesito probar el genuino compromiso con la cultura de las dos funcionarias del Consejo de la Cultura y de las Artes. Y tampoco tengo que hacerlo respecto del personal militar desaparecido en una operación que era de ayuda a la reconstrucción. Toda esta gente, partiendo por la piloto, andaba como se dice en buena. No tenían ninguna obligación de viajar. Vinieron por una responsabilidad institucional y por un enorme compromiso social. Puede ser muy simplón decirlo así, pero quizás cada cierto tiempo necesitamos saber que no todo es cálculo, no todo es impostura, no todo es pelea, y que hay gente buena, gente matriculada con ayudar a los demás.
No es por ser ministro de Defensa que debo reconocer que las Fuerzas Armadas han entregado en este operativo un testimonio de profesionalismo y abnegación que está más allá de todo lo imaginable. Más allá de los resultados -porque esta vez no tendremos un desenlace feliz, como en el caso de los mineros-, aquí se han desplegado todas las capacidades del sector Defensa con un rigor, con medios y con una capacidad de organización que es impresionante. Para quienes jamás hemos tenido mayor contacto con este mundo, toparnos con la amistad militar, con el espíritu institucional de cooperación más allá de esta o aquella arma, bajo el paraguas del concepto de la interoperatividad de la fuerza, es bien notable. Es bien notable el compromiso con Chile de esta gente. No exagero si digo que, con el estrés al que han estado sometidas estas fuerzas, arriba de 600 efectivos, con jornadas de 18 horas diarias, con la cantidad de movimientos que se hacen día a día, mi temor en más de un momento es que se produzca otro accidente. Como en muchos casos han sido misiones muy arriesgadas, a veces he sentido que hemos estado al borde, porque en un teatro de operaciones como este la fatalidad igual nos podría seguir cobrando cuentas amargas. Cada noche termino al límite de lo que permiten mis fuerzas, pero no hay día en que no espere la confirmación del regreso del último bote, del último helicóptero, antes de irme a dormir sabiendo que toda nuestra gente ha vuelto a salvo.
Tengo perfectamente claro que el accidente dejó flotando muchas preguntas. Por qué este avión, por qué ese piloto, por qué esa misión, por qué, en fin, ese aeródromo. Mi experiencia en este asunto no es la de no investigar, como pareció decirlo Carabineros luego de la muerte del joven Manuel Gutiérrez. Mi posición es que hay que investigar todo, con serenidad, con independencia y cuando tengamos todos los elementos que podamos llegar a tener, ahí formarnos un juicio sobre las causas de lo que ocurrió. Me pareció impecable -porque sus palabras estaban documentadas- la conferencia de prensa en que el general Maximiliano Larraechea, el secretario general de la Fach, refutó varios rumores y acusaciones al boleo que se habían lanzado. Tengo claro que como ministro mi mejor aliado es la información, la transparencia y las cartas a la vista. Pero tal como digo esto, digo también que lo que estamos haciendo aquí supone vínculos de confianza y resguardo que yo no voy a exponer ni arriesgar por irresponsabilidades populistas.
Aunque por formación soy más bien escéptico del pensamiento esotérico y del conocimiento no conectado ni a la experiencia ni a la racionalidad, no puedo sino reconocer que hay aptitudes y capacidades ampliamente reconocidas por mucha gente en videntes y espiritistas. Y como mi labor es agotar todas las posibilidades, lo que he hecho es reunir todas las pistas y tratar de seguirlas en todo lo que merezcan ser seguidas. Indagar estas pistas es por lo tanto parte de lo que me corresponde. Este es un asunto que está más allá de lo que yo crea o no crea. Tampoco me quiero engañar: yo estoy más cerca de los sonares que del tarot. Pero si el tarot tiene algo que decir, bueno, que lo diga. Desgraciadamente no soy un hombre de fe. Y digo desgraciadamente porque hoy me sentí muy capturado por la asimetría con que nos encontramos. Tenemos la última tecnología. Contamos con buques y aviones espléndidos. Hemos cumplido misiones riesgosas, difíciles y que nos enorgullecen. No saben ustedes la cantidad de toneladas que estamos movimiento en términos de equipos, de logística, de personal, de investigación y datos. Pero todo esto es nada comparado con lo insondable de los acantilados de esta geografía, con la bravura de esta agua, con la lógica enrevesada de algunas grutas y corrientes submarinas. Por lo mismo dije que esta operación debía llamarse Operación Loreto. La Virgen de Loreto es la patrona de los aviadores. Por eso es que agregué que lo que necesitábamos era que Dios y el mar nos dieran una mano.
Las búsquedas no son eternas y yo mejor que nadie sabe que existen protocolos. Esto en algún momento tendrá que terminar y sobrevendrá una resaca de decepción. Me hago cargo de eso. Estamos peleando con un enemigo que desgraciadamente nos sobrepasó y contra el cual tampoco tenemos mucho margen de acción. Lo que hemos hecho es inmenso. Pero, desde otro punto de vista, es nada comparado con las furias de los vientos y el mar. Reconozcámoslo: somos poca cosa.

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